Crónica de la 57 Fira del llibre (2ª parte)

 


La siguiente jornada fue la más intensa. Tanto por la mañana como por la tarde firmaba ejemplares de La Valencia eterna. Día 1 de mayo, día de la madre, del trabajador. Un domingo soleado que atrajo a un gran número de visitantes a la Feria. Por la mañana estuve en la librería Patagonia, especializada en viajes, en la parte central de la caseta. Y desde el principio se animó bastante la venta. Parejas, gentes de mediana edad, algún regalo para un familiar.

Calculé 16 libros vendidos en poco más de tres horas y, además tuve la visita de mis padres. Pude aprovechar para conocer adonde tiene pensado viajar la gente. Desde las islas Canarias hasta Islandia, un destino que se repitió en varias ocasiones. La estupenda mañana hizo olvidar mi desilusión por no salir en la prensa, lo que no impidió que comentara a los asistentes qué conocido personaje había comprado La Valencia eterna.

La tarde se presentó distinta, en la librería Imperio, donde presenté La Valencia eterna a principios de febrero, gestionada por una joven pareja enfocada en literatura tanto comercial como más selecta. Así como en las otras librerías había firmado acompañado por más gente, aquí no fue menos, con la salvedad que estaba al lado bastante cerca de un chico que vendía su libro infantil y justo detrás de un soporte que sirve para abrir y cerrar la caseta con persianas. Incluso varios ejemplares de La Valencia eterna los tapaba el modesto pilar metálico. En la otra punta un youtuber, al parecer algo conocido sobre todo por la juventud, que llamaba a sus fans sutilmente, “chochos”.

La venta no fue muy abundante, aunque me di por satisfecho, visto el panorama no muy favorable. Continuó la masiva afluencia, pero la que se detenía en la librería era adolescente, interesado en otros temas más de sus edad. Debo decir que mi compañero sí que vendió libros para los más pequeños, que también abundaban y cuyos padres culturizaban así de bien a sus hijos, quizá disimulando su propio desinterés por la lectura al mostrarse indiferentes ya no sólo por La Valencia eterna, sino por su ausencia de bolsas de la feria.

Viendo mi “éxito”, la librera me quiso animar en un momento dado diciendo; “David, hoy la petamos”, mientras yo veía el pilar metálico y los visitantes me preguntaban por algún libro a lo que contestaba; “no sé, pregunté a los “jefes”, estoy de prácticas, en realidad estoy firmando mi libro.” Algunas personas reaccionaban riendo y otras con una sensación de culpa y pidiendo perdón.



El segundo fin de semana se redujo a dos citas; el viernes por la tarde y el domingo vespertino. En ambas ocasiones era en la misma librería; Seguí, dedicada a literatura comercial y también a ensayos conocidos. Evidentemente no encajaba mucho La Valencia eterna al lado de los bestsellers archifamosos del momento.

Puedo afirmar que como vecinos tuve a Posteguillo, Pérez Reverte entre otros, rodeado por el flanco contrario de libros de crecimeinto personal y de cocina. En este marco, hice lo que pude, teniendo en cuenta ya que se había esfuamado el gentío del primer fin de semana. Al menos no tenía a nadie codo con codo firmando ni postes molestos delante.

Y así la primera sesión fue más bien tranquila, pocos asistentes y unas ventas modestas. El primer comprador fue uno de los propios vendedores de lo más majo de la librería. Ya conocía La Valencia eterna porque lo había visto su novia el fin de semana anterior. Entre los demás privilegiados que se hicieron con un ejemplar de La Valencia eterna destacó una pareja de argentinos que me invitaron a su futuro local de vinos cerca de la Finca Roja y un muchacho que se lo regaló a su padre.



Dos días después, se repetía la misma escena, mismo lugar, pocos asistentes, aunque vendí un poco más, extrañamente de dos en dos. Estaba firmando un libro y ya había otra persona que lo tenía en la mano para comprarlo. Y no sólo coincidían las ventas en momentos determinados, sino también por parejas, una madre y su hija adolescente. Unos novios o matrimonio con un caniche de color marrón cada uno en sus brazos, una anciana con su hija, un matrimonio cercano a la jubilación, si no lo estaban ya...

También tuve momentos para hablar, esta vez con la jefa de la librería que, muy sincera, me confesó que si mi libro no vendía, simplemente era porque no era una novela. Le argumenté que necesitaba más gente y otro público, mucha juventud, y que el domingo pasado había vendido tres veces más. También compartí caseta en la otra punta con otro autor de formato infantil que vendió más que yo. ¿Habrá que escribir una Valencia eterna infantil?


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