Firma de libros en la Fnac de Valencia

 


  • Conociendo a los lectores de la Valencia eterna

  • En el tú a tú La Valencia eterna cautiva


El pasado día 5 estuve firmando libros en la Fnac de la plaza de San Agustín. Mi centro de operaciones, es decir, una mesita de cierta altura y un asiento a medida, estaba colocado cerca de las escaleras mecánicas que conducían al primer piso.

Realmente se trataba de “vender” La Valencia eterna. Lo que tuve claro desde el principio es que sentado detrás de la alta mesa no conseguiría mucho.

La jornada comenzó de manera positiva porque vino una tía mía para que se lo firmara y poco después una mujer madura le interesó La Valencia eterna para regalárselo a una amiga suya.

Paraba a la gente con una pregunta para captar su atención: ¿Eres de Valencia? ¿Te gusta Valencia? Y preguntas por el estilo. Una de las personas fue Emiliano, un hombre ya mayor que me confesó que se pasaba por la tienda todas las semanas, que tenía más de 800 libros y que incluso escribía alguna corta poesía que me recitó.

No me compró La Valencia eterna, aunque le interesaba la historia pero en el formato de novela histórica pero sí que le comenté que daría una charla el mes que viene y me pidió una tarjeta (todavía pueden ser útiles) que carecía. Sacó del bolsillo de su camisa papeles, dinero y algún boleto de lotería para apuntarse la fecha, mi nombre y el lugar.

También paré casualmente con una de las caras visibles de Verum Valentia, Paco Gascó, otro apasionado de la historia de Valencia que publica magníficos artículos en el periódico Levante EMV, con el que mantuve una no menos interesante conversación.


Ya por la tarde continuó mi “bombardeo” con los latiguillos, "se acerca el día del padre, de la madre, incluso del hijo..." Compraran o no pude entablar charlas curiosas, como aquel abuelete que con un sombrero panameño y un bigote que retaba a la mascarilla, el cual me decía bajito que La Valencia eterna sólo había una, la que no se ve, la que está enterrada y que tiene que ver con Luis de Santángel (secretario de los reyes católicos) y la judería. Le intenté explicar que se trataba del título del libro, a lo que contestó; “los monumentos se hunden, la historia se hunde...”. Sin duda, un discurso no muy esperanzador.


Otras historias que rescato son una chica rubia que me preguntó si estaba escrito en valenciano, dos amigas de Madrid que estaban en Valencia por cuestiones laborales desde hacía tres meses enamoradas de la ciudad, un chico con unos brazos como jamones que evidentemente no le costó levantar los 800 gramos de La Valencia eterna, una abuelita con su nieta, una pareja de cuarenta y tantos años que abominaban de las últimas reformas en la peatonalización del centro y una señora que volvió y hojeó minuciosamente el libro, incluyendo mi biografía.

Esta mujer leía con detenimiento y aquellos segundos se me hicieron eternos, ya que no se decidía a comprarlo. Pensé que se echaría para atrás, pero por suerte me equivoqué. Prefirió que no se lo firmara.

Otra anécdota fue que después de contarles mi presentación que comenzaba; … he publicado...” me preguntaban … “Ah, ¿pero tú eres el autor?" Pensaban que era un comercial, pero ya no sólo vale escribir, que te publiquen, sino también vender tu obra, o lo que es lo mismo, a tí mismo.




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